Este
próximo martes 5 de noviembre, se presentará en Madrid el libro colectivo de
relatos, COSECHA DE VERANO, editado por Unaria Ediciones, 2013. Tod@s l@s autores hemos cedido
nuestros derechos y por cada copia vendida, se donarán 2€ a la ONG Agua Pura, que ayuda a construir pozos de agua en Kenia.
Comparto mi relato para quienes no puedan comprarlo o asistir a la
presentación.
La familia
Paula
se aguantó la rabia y salió al jardín a fumar un pitillo para calmarse. Se
sentía profundamente cansada tras un largo viaje de emergencia a su país natal.
Tras muchas horas de avión llegó a lo que había sido su hogar durante largos
años, para reencontrarse con sus antiguas amistades y su familia... o lo que
quedaba de ella.
Su
hermano fue quien la recibió en el aeropuerto, con un abrazo contenido de que
rápidamente se deshizo. Nunca había sido muy cariñoso con ella y se habían ido
distanciando más desde que Paula abandonara su país. Jamás lo comprendería pero
Paula ya había aceptado que su familia la castigara por haber dejado el hogar,
aunque en parte lo había hecho por el bien de ellos. Por lo menos se ahorraban
los chismes y las preguntas de “¿..y cómo está tu hijita? Cuando en el fondo
quienes preguntaban no les interesaba saber cómo estaba sino si seguía siendo
igual que antes. En su país ser diferente era muy difícil y Paula no soportaba
tener que seguir ocultando quien era, ni con sus parientes ni con sus
compañeros de universidad.
La
familia había hecho todo lo posible para “enderezar” su camino, desde terapias
para tratar un supuesto “trastorno psicológico”, hasta pruebas físicas para
controlar su supuesto desequilibrio hormonal. Había pasado mucho tiempo de eso
y Paula ahora podía incluso esbozar una sonrisa cuando pensaba en esas
estúpidas sesiones con un psicoterapeuta que parecía más interesado en
averiguar los detalles de sus primeros escarceos sexuales que en modificar su
conducta.
“Jamás
comprenderán que yo no sufro de ningún trastorno, son ellos los que se mueren
de miedo...”, pensó Paula. De joven casi llegaron a convencerla de que estaba
enferma y cuando sus padres descubrieron la relación que mantenía con Marisol,
la sacaron rápidamente de la escuela y la matricularon en un internado de
monjas. Lo que no había podido hacer la ciencia tal vez lo pudiera hacer la
religión. A pesar de las estrictas reglas del internado, Paula se sintió un
poco más aliviada al no tener que enfrentarse
a sus padres ni a su hermano todos los días. Por lo menos vivía rodeada
de mujeres...
Cuando
terminó los estudios secundarios, su madre perdió la vida de manera trágica en
un accidente. Paula ya había decidido abandonar el hogar familiar pero tras la
muerte de su madre decidió aplazar su decisión. No podía abandonar a su padre y
hermano bajo esas circunstancias, sin embargo su padre la animó a seguir una
carrera universitaria. “Por lo menos sé alguien en la vida”, le dijo. Entró en
la universidad y allí conoció a Pedro, un compañero de la facultad. Pedro era
un chico amable y risueño que la cortejó durante meses hasta que Paula cedió.
Sabía que no lo quería pero él era muy tierno y tras un año de noviazgo aceptó
su propuesta de matrimonio. Por lo menos de esta manera saldría de su hogar y
su padre y hermano la dejarían en paz. Tuvo una hija, pero como era previsible
el matrimonio duró poco tiempo. Aunque su padre se enfadó mucho la siguió
apoyando económicamente durante un tiempo gracias a su hijita.
Pero la
vida da mil vueltas y un día, mientras caminaba por el parque, se dio de bruces
con su antiguo amor. Marisol se detuvo en seco al ver a su amiga, y sin mediar
palabra ambas se fundieron en un profundo abrazo. Todas las sensaciones y
emociones que habían sentido de niñas reaparecieron con la fuerza de un río
desbordante. Ya no eran dos niñas, sino dos mujeres adultas, y sin importarles
las miradas de los transeúntes sus labios se buscaron ansiosos mientras sus
manos se acariciaban mutuamente.
Tras
ese encuentro siguieron viéndose con frecuencia hasta que tomaron la decisión
de abandonar su país y planificaron el viaje juntas. Los padres de ambas
intentaron separarlas nuevamente, incluso se reunieron las dos familias para
ver qué podían hacer con esas ovejas descarriadas. Nada sirvió. Paula y Marisol
planificaron su viaje meticulosamente y con todo lo que tenían ahorrado, además
de vender sus escasas posesiones, compraron tres billetes de avión para viajar
rumbo España.
En
España no les resultó fácil, ya que a los tres meses de su llegada les caducó
el visado de turista, pero igual se quedaron y comenzaron el triste periplo de
las personas indocumentadas. Como tantos y tantas tuvieron que vivir hacinadas
en un pequeño piso, que en invierno las obligaba a andar arropadas con todo lo
que tenían y donde durante el verano sufrían de un calor insoportable. Ambas
trabajaban por una miseria y salían poco para ahorrar al máximo y poder
alquilar una vivienda digna. Tampoco se atrevían a participar en
manifestaciones cuyas causas apoyaban por el miedo a los controles. Sin
embargo, a pesar de todo, por primera vez estaban felices, estaban juntas.
Formaban una verdadera familia.
Con el
paso de los años fueron superando los inconvenientes administrativos y ambas
lograron regularizar su situación gracias a la solidaridad de una nueva familia
de personas afines que fueron encontrando en su camino. El padre de Paula se
negaba a contestar el teléfono cuando ella lo llamaba y las únicas noticias que
le llegaban, provenían de su hermano que de vez en cuando le escribía algún
mensaje electrónico. Paula no se dio por vencida e insistió, y con el paso de
los años su padre le volvió a dirigir la palabra e incluso viajó hasta España.
Rechazó la invitación de alojarse en su piso y dejó muy claro desde el
principio que la razón primordial era ver a su nieta.
Esta
visita de regreso era diferente, acababa de fallecer su padre y Paula quería
estar con su hermano para brindarle su apoyo. Aceptó la oferta de alojarse en
su casa, junto a sus hijos y esposa, pero el primer día ya se dio cuenta de que
había sido un terrible error, el hermano no necesita su apoyo en lo más mínimo.
Aunque intentaba mostrarse amable, se notaba incómodo en su presencia. El
teléfono no dejaba de sonar y a cada rato llamaban a la puerta para entregar
adornos florales. Paula se acercó a una mesa que estaba llena de flores y
tarjetas de condolencia, las leyó una por una. Le dolió ver que todas las
tarjetas, salvo una, ni siquiera la mencionaban a ella. Todos los pésames iban
dirigidos a su hermano, su esposa y sus hijos, como si ella no hubiese sido
hija también, y su padre no hubiese sido el abuelo de su propia hija. Dejó la
última tarjeta en la mesa y no dijo nada.
Cuando
aún estaba en España y había recibido la llamada con la noticia, Paula se había
sentado a escribir algo para leer en el funeral, pero su hermano había leído el
texto descartándolo de inmediato. Ahora éste le pedía que se acercara a su mesa
de trabajo, donde estaba intentando escribir la elegía para el funeral. Paula
leyó el escrito y le sorprendió ver su nombre. Mencionaba que ella había
viajado a España para continuar sus estudios universitarios. El siguiente
párrafo hablaba de como la nuera se había convertido en una hija para su
padre... Ninguna mención de Marisol, ni de su nieta, ni de la verdadera razón
por la que se habían marchado. Dudó en decir algo y lo dejó pasar, pero esa
noche no logró conciliar el sueño y al día siguiente se enfrentó a su hermano
de la forma más tranquila posible. “Es mejor que quites ese párrafo acerca de
mí, no es verdad.” Su hermano intentó ocultar el enfado pero lo borró con un
fuerte golpe en el teclado.
El día
del funeral fue triste como cabía esperar pero Paula se sintió reconfortada con
el saludo cariñoso de algunos de los asistentes. Muchos de ellos incluso
preguntaron por Marisol y por su hija. Era evidente que casi todo el mundo
conocía su relación y no parecía importarles, o por lo menos disimulaban su
homofobia en pro de la buena educación.
La
estancia le resultó muy dura, los roces con su hermano fueron continuos, pero
por fortuna aún mantenía algunas amigas que la apoyaron incondicionalmente.
Todas se quedaron con la boca abierta cuando Paula les comentó que habían ido a
la lectura del testamento y que su padre ni siquiera la mencionaba en él,
dejando todo en manos de su hermano y sus hijos. A Paula no le sorprendió no
recibir nada, era consciente de que ella se había ido del país y su hermano se
había ocupado de su padre. Aunque siempre había vuelto cuando había sido
necesario, pero eso no tenía ningún valor, ellos no sabían lo que le costaba
viajar. No sabían que muchas veces tenía que privarse de muchas cosas para
llegar a fin de mes, que no tenía trabajo fijo, y en demasiadas ocasiones ni
siquiera le pagaban sus horas como empleada doméstica. Algo que le sucedió más
de una vez cuando se encontraba sin papeles... A lo largo de los años había
vuelto más de una vez, pero su hermano, al salir del abogado que dio lectura al
testamento, tuvo la desfachatez y poca sensibilidad de decirle: “Lo siento por
mi esposa. No la menciona cuando siempre estuvo ahí...”
Lo que
más le dolía a Paula era que su padre la hubiera borrado del mapa, y además,
cuando fueron a su piso para buscar algunos documentos, encontró algunas de sus
cartas hecha añicos. No comprendía el odio de su padre ni el rechazo y
mezquindad de su hermano. Tan sólo al entrar en el piso éste le preguntó si
quería algo de allí. Paula señaló un adorno que siempre había identificado con
su padre. Además siempre lo había dicho en broma cuando su padre aún vivía. “Lo
único que quiero cuando te mueras es esto”. Su padre se había reído en más de
una ocasión. Ahora su hermano le decía que no, que él siempre había querido
eso. Paula lo dejó pasar y se dedicó a vaciar la nevera y las cosas perecibles
que se encontraban en la cocina, mientras él se ocupaba de la habitación y de
las cosas íntimas del padre. Cuando ya casi habían acabado, el hermano salió
con una caja con cosas para tirar a la basura y le preguntó si le interesaba
algo. Paula cogió un pequeño marco hecho en Toledo con su fotografía y se tragó
las lágrimas.
Al
volver a casa esa noche Paula se sentía agotada pero un enorme ramo de flores
la esperaba. Su amada Marisol. Paula reprimió la emoción y las ganas de llamar
a su compañera enseguida pero no se atrevió a pedir si podía usar el teléfono.
Colocó las flores en un jarrón y al ver que la mesa con las flores de la sala
estaba llena, las puso en otra salita. Se fue a dormir agotada pero antes le
escribió un largo mensaje a su amada. Al día siguiente otro golpe. El jarrón
había desaparecido porque aparentemente el aroma que emanaba de las flores
molestaban a su cuñada que sufría de alergias diversas. Paula sintió la
indignación más profunda pero calló.
Fueron
días horribles y Paula se juró que jamás regresaría allí. Había ido para apoyar
a su hermano pero él le había dejado bien claro que él “se apoyaba en su
familia”. Estaba claro que esa familia no la incluía a ella. Hizo las maletas y
por fin llegó el día de volver a España, donde la esperaban Marisol y su hija,
y todas esas amistades que conformaban esa otra familia que realmente la
apoyaba y quería. Su verdadera familia.
Silvia Cuevas-Morales, de la antologia Cosecha de
verano. Castellón, Unaria Ediciones, 2013.