Hola, hoy traigo este relato breve que resultó finalista en el V PREMIO INTERNACIONAL DE RELATOS MUJERES VIAJERAS 2013 y que fue publicado en la antología del mismo nombre, por Casiopea Ediciones, Madrid, 2013.
Un
viaje de pesadilla para lograr un sueño
Martina ya llevaba tres días en Puno y
se sentía ansiosa por continuar su viaje. Debido a una huelga inesperada, no
había medios de transporte disponibles para salir de la ciudad y llegar a
Cuzco, donde pensaba quedarse unos días para lograr su meta, su añorado sueño -
visitar la antigua ciudad incaica de Machu Picchu.
Al comienzo el tener que alargar su
estancia no le importó demasiado porque le daba tiempo para ir adaptándose a la
altura, ya que Puno es la quinta ciudad más alta del mundo. Tenía previsto
pasar una noche pero al enterarse de la huelga habló con la recepcionista y
ésta le dijo que tenía una amiga que podía llevarla al Lago Titicaca. Martina
no dudó y pasó un hermoso día en el lago. Viajó en una barquita de totora y
tuvo la oportunidad de visitar una de las islas flotantes de los Uros.
Al día siguiente seguía la huelga y
Martina indagó sobre cómo salir de Puno pero seguía sin haber alternativas. En
el hotel le advirtieron que no viajara en los autobuses “pirata”, que eran
baratos y que operaban de noche para evitar controles. Martina decidió esperar
otro día y logró hacer un tour a Sillustani, un cementerio donde quedó
fascinada por las tumbas de la cultura Kolla.
Otro día y Martina tomó una decisión.
Había viajado a Puno para llegar a Macchu Picchu y nada le iba a hacer desistir
de su sueño. Preparó la mochila y preguntó dónde se tomaban esos autobouses
“piratas”. Al anocher, ilusionada, se subió a un destartalado autobús que la
llevaría a Cuzco. Buscó su asiento y acomodó la mochila lo mejor que pudo entre
sus piernas. No había sitio para dejar maletas ni bolsos. El autobús fue
llenándose rápidamente de gente y de bultos enormes, niños pequeños, algunas
gallinas, un bebe que lloraba. Un joven indígena se sentó a su lado sin
mirarla. Martina se percató de que sólo viajaban dos personas “blancas”, ella y
otro joven. El autobús se mecía y se escuchaban pisadas en el techo, era
evidente que arriba estaban cargando muchas cosas. Todos los asientos iban ocupados,
incluso el pasillo. No cabía un alfiler y las ventanas se empañaban con el
calor humano.
Tras una eternidad el autocar por
fin se puso en marcha. Ya era de noche y al salir de Puno la carretera se
convirtió en un camino de pedruscos y tierra. No habían señales ni luces y el
autobús avanzaba en la más profunda oscuridad. Sólo se veía el camino cuando
otro vehículo venía en la dirección contraria y alumbraba con sus focos.
Martina vio que era un camino angostísimo y al limpiar el vaho de la ventana
vio aterrada que circulaban al borde de un precipicio.
Alrededor de las tres de la
madrugada una niña de unos cuatro años, salió de la nada y se paró delante del
autobús, obligando al chofer a pisar el freno con fuerza. La pequeñita
aporreaba la puerta pero el chofer se negaba a abrirla. Al no comprender qué
sucedía le preguntó al joven. Éste le dijo, con un español enrevesado, que no
podían fiarse de la niña. Que podía ser una trampa de bandoleros para hacerse
con las mercancías que llevaba la gente o podía tratarse de Sendero Luminoso.
Para alivio de Martina, el chofer
continuó, dejando atrás a la niña que pronto fue tragada por la oscuridad. Una
hora despúes, se detuvieron abruptamente. Martina intentó preguntarle al chico
qué pasaba pero éste dormía. Luego comenzaron a moverse y Martina vio aterrada
como se metían en un río. No tenía mucha corriente pero las piedras y el agua
hacían que el autobús se meciera violentamente. El chico se despertó con el
fuerte vaivén y dijo – “deben haber volado el puente...” Martina se maldecía por haber cogido este
autobús. Fuera seguía lloviznando pero dentro hacía calor y olía mal, pero cada
vez que intentaba abrir la ventana, una mano la cerraba con fuerza. Intentó
dormir pero no podía. No tenía idea de la hora en que llegaría a Cuzco ni dónde
se alojaría. Todos sus planes se habían visto trastocados por la huelga.
Otro alto en el camino. Martina
escuchó voces y fuertes pisadas. Limpió un círculo en la ventana y pudo
vislumbrar las puntas de varios rifles. Al chofer lo obligaron a bajarse, luego
las mujeres comenzaron a gritar porque estaban bajando los bultos del techo.
Martina volvió a apelar a la compasión de su acompañante pero éste la miró
inquieto y no dijo nada. Buscó con la mirada al otro joven turista y este le
dijo - “Manténte quieta y que no se fijen en ti”. Martina tragó saliva. ¿Qué
significaba eso? Su vecino le susurró - “anoche asaltaron a otro autobús y
violaron a una turista”. Martina vio como su sueño se estaba convirtiendo en su
peor pesadilla.
Martina comenzó a sudar de pavor y
se hundió en el asiento por si esos hombres subían al autobús. Amparada por su
poncho, se sacó el dinero del cinturón y comenzó a distribuirlo. Puso un poco
en un lado de la mochila, otro poco en sus calcetines y otro poco debajo del
asiento. Dudó si esconder su pasaporte. Si la sacaban del autobús y la dejaban
tirada en la carretera nadie jamás la encontraría porque seguro que le
arrebatarían el pasaporte. Lo escondió en el forro del asiento delantero que
estaba medio roto. Si desaparecía, alguien encontraría el pasaporte tarde o
temprano y avisarían a su embajada...
Ninguno de los hombres subió, el
chofer volvió al autobús y les dijo algo a los pasajeros en su lengua. Hubo
alaridos y quejas pero nadie se movió de su sitio. Martina supuso que les
habían quitado algunas de sus pertenencias pero era evidente que nada era más
importante que su vida.
Tras unos
minutos eternos el autobús por fin reanudó su marcha. Martina se durmió,
agotada de la tensión y cuando despertó amanecía. Ya se veían casitas y
entraban en una ciudad. Al pasar un letrero sonrió aliviada, la señal indicaba
un desvío para Machu Picchu y anunciaba la entrada en Cuzco. Por fin había
llegado sana y salva para cumplir su sueño.
Silvia Cuevas-Morales